Episodio 3 — La identidad sitiada

La arquitectura emocional del poder ruso

La identidad sitiada

Cómo el Kremlin utiliza el miedo, la amenaza externa y la sensación de asedio para unir a la sociedad y reforzar su control.

Cartel en estilo soviético con siluetas, símbolos y estética propagandística para el episodio La identidad sitiada
La identidad sitiada — La Verdad Compartida

En Rusia, la identidad nacional no se construye principalmente desde la diversidad o el progreso interno, sino desde la percepción de una amenaza constante. El poder ha convertido la sensación de asedio en un recurso emocional clave que cohesiona a la sociedad, disciplina comportamientos individuales y orienta a la población hacia un enemigo común. No importa si ese enemigo evoluciona —de Estados Unidos a la Unión Europea o Ucrania—; lo esencial es que exista para mantener la unidad emocional y justificar el control estatal.

La narrativa del “Occidente hostil” actúa como un pegamento social poderoso. Explica crisis económicas atribuyéndolas a sanciones externas, justifica restricciones políticas como medidas de seguridad nacional y convierte cualquier crítica interna en un acto de traición potencial. El miedo no es un mero efecto secundario de las tensiones geopolíticas: es un instrumento deliberado, cultivado por el Kremlin para moldear percepciones y fomentar lealtad. Por ejemplo, en su discurso durante la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (SCO) en septiembre de 2025, Vladimir Putin acusó a las naciones occidentales de intentar imponer una “dictadura global” en los asuntos internacionales, retratando a Rusia como una víctima de un orden mundial injusto. Esta retórica no solo desvía la atención de problemas domésticos, como la inflación o el declive demográfico, sino que genera una ansiedad colectiva que hace que la población busque refugio en el Estado autoritario.

Esta identidad sitiada se refuerza a través de múltiples canales controlados por el Estado. Los medios estatales, como Rossiya 1 y Pervy Kanal, bombardean diariamente con historias que enfatizan amenazas externas, desde supuestas provocaciones de la OTAN hasta ciberataques occidentales. La educación patriótica, intensificada desde 2022 con reformas curriculares que incluyen lecciones sobre “resistencia heroica” contra invasores históricos, inculca desde temprana edad la idea de que Rusia está rodeada de adversarios. La memoria histórica selectiva juega un rol crucial: derrotas pasadas, como la Guerra de Crimea o la disolución de la URSS, se reinterpretan como ejemplos de resiliencia nacional, mientras que victorias como la Gran Guerra Patria se presentan como pruebas irrefutables de la grandeza rusa. De esta manera, la vulnerabilidad inherente —geográfica, económica o cultural— se transforma en una virtud nacional, fomentando un orgullo defensivo que une a etnias y generaciones diversas.

El resultado es una sociedad emocionalmente alineada con el poder, donde la incertidumbre global se traduce en preferencia por la “protección” estatal sobre libertades individuales. Encuestas recientes ilustran esta dinámica: según un sondeo del Levada Center en junio de 2025, por primera vez en 13 años, la mayoría de rusos ya no ven a Estados Unidos como el enemigo principal (con menos del 50% citándolo), desplazando el foco a Alemania y otros países europeos como las mayores amenazas. Esto refleja cómo el Kremlin adapta la narrativa de asedio a contextos cambiantes, como las negociaciones sobre Ucrania o las tensiones con la UE. Sin embargo, no toda la población compra esta visión uniformemente; los jóvenes, más expuestos a redes sociales globales, muestran mayor escepticismo, con tasas de confianza en la propaganda estatal inferiores al 30% en algunos grupos demográficos. A pesar de esto, en momentos de crisis —como avances militares en Ucrania o sanciones renovadas—, el miedo unificador resurge, permitiendo al régimen justificar sacrificios y reprimir disenso.

¿Qué sucede cuando un país aprende a verse a sí mismo solo a través del prisma del miedo? En Rusia, esta identidad sitiada consolida el autoritarismo al crear una burbuja emocional que aísla del disenso externo e interno, pero también genera vulnerabilidades latentes: si la “amenaza” percibida se desinfla —por ejemplo, mediante acuerdos diplomáticos o mejoras económicas—, la desilusión podría erosionar la lealtad masiva. En próximos artículos de esta serie, exploraremos cómo esta dinámica se entrelaza con la nostalgia soviética y el control narrativo, completando la arquitectura emocional del poder ruso.

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