La arquitectura emocional del poder ruso
El Estado como narrador
Cómo el Kremlin fabrica emociones colectivas controlando los relatos, los medios y la memoria pública.
En Rusia, el Estado no solo gobierna: narra y moldea la realidad emocional de su población. Controla los marcos interpretativos, define enemigos externos, decide qué es heroico y qué constituye traición. La televisión estatal, que sigue siendo el medio dominante para millones de rusos —con casi dos tercios de la población obteniendo sus noticias principalmente de ella—, actúa como una fábrica emocional que genera orgullo nacional, miedo a amenazas externas, indignación contra opositores o alivio por "victorias" oficiales, todo adaptado al contexto político del momento.
Esta narrativa oficial va más allá de la mera información: organiza y distorsiona la realidad para servir al poder. Los noticieros no describen eventos de manera neutral; los interpretan para encajar en el guion estatal. Por ejemplo, conflictos internacionales como la invasión de Ucrania se presentan como "operaciones especiales" defensivas contra un Occidente agresivo, mientras que crisis internas —como protestas económicas o corrupción— se reescriben como conspiraciones orquestadas por extranjeros o "agentes del enemigo". Cada sacrificio ciudadano se justifica como un acto necesario para defender la patria, fomentando un sentido de unidad y resiliencia emocional.
Este control narrativo no es improvisado, sino una estrategia de largo plazo que integra múltiples canales. Incluye medios estatales como Rossiya 1 y Channel One (Pervy Kanal), influencers afines en plataformas como VKontakte y Telegram, y un ecosistema de desinformación que amplifica mensajes clave a través de bots y campañas coordinadas. El objetivo no es solo convencer, sino saturar el espacio informativo: inundar con versiones oficiales para que no quede oxígeno para alternativas independientes. Según expertos, esta manipulación sistemática incluye la negación de pérdidas civiles y militares, etiquetando informes contrarios como "fakes" o propaganda enemiga. A pesar de esto, la confianza en los medios ha fluctuado; encuestas del Levada Center muestran que la confianza en instituciones públicas, incluidos los medios, creció durante crisis, alcanzando un 35% en 2020 para los medios en general, aunque los jóvenes son más escépticos y prefieren redes sociales.
La memoria histórica también se moldea desde arriba como un recurso político clave. Se exaltan victorias militares, como la Gran Guerra Patria, mediante desfiles anuales y producciones cinematográficas estatales, mientras se minimizan o reescriben crímenes del Estado, como las purgas estalinistas o la represión soviética. Este depósito emocional proporciona legitimidad al régimen actual, vinculando el presente con un pasado glorificado y justificando políticas autoritarias. El Kremlin ejerce este control mediante directivas a editores, vetoes a temas sensibles y la promoción de narrativas unificadas, convirtiendo la información en una herramienta de manipulación permanente.
¿Qué ocurre con una sociedad cuando la única voz autorizada para explicar el mundo es la del propio Estado? En Rusia, esto fortalece el autoritarismo al crear una burbuja emocional que aísla del disenso, pero también genera vulnerabilidades: si la realidad irrumpe —como en crisis económicas o derrotas geopolíticas—, la desilusión podría erosionar la lealtad. En próximos artículos de esta serie, exploraremos cómo esta narrativa se entrelaza con emociones como la nostalgia soviética y el miedo al colapso, completando la arquitectura emocional del poder ruso.
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