Episodio 1 — La nostalgia como arma

La arquitectura emocional del poder ruso

La nostalgia como arma

Cómo el Kremlin convierte el pasado soviético en una herramienta emocional para gobernar el presente.

Imagen editorial en estilo soviético con retrato de joven y símbolos comunistas. Título del episodio 1: “La nostalgia como arma: el pasado que nunca existió
La nostalgia como arma — La Verdad Compartida

En Rusia, la nostalgia no es solo un recuerdo melancólico: es una herramienta estratégica. Forma parte de una arquitectura emocional cuidadosamente diseñada por el Kremlin para moldear identidades colectivas, justificar agresivas políticas exteriores y anestesiar el descontento interno. La nostalgia soviética, lejos de ser un sentimiento espontáneo, se ha convertido en un instrumento de poder estatal, manipulado para sostener el régimen actual.

Los medios controlados por el Estado, como Russia Today y Pervy Kanal, han impulsado una revitalización selectiva del imaginario soviético. Se exaltan logros científicos, como el lanzamiento del Sputnik o el programa espacial soviético, y victorias militares emblemáticas, particularmente la Gran Guerra Patria (la Segunda Guerra Mundial). Símbolos heroicos, como el Monumento a la Madre Patria en Volgogrado o las películas estatales como "T-34" (2018), que glorifican el heroísmo soviético contra los nazis, se promueven ampliamente. Sin embargo, esta narrativa oculta deliberadamente las sombras del pasado: las purgas estalinistas, las hambrunas inducidas como el Holodomor en Ucrania, y las represiones masivas que costaron millones de vidas. El resultado es un pasado idealizado que sirve como refugio emocional para una población que enfrenta desafíos contemporáneos, como la pobreza persistente, el aislamiento internacional debido a sanciones, y la falta de perspectivas económicas para las generaciones jóvenes.

Esta nostalgia actúa como un sedante social poderoso. Si el pasado soviético se presenta como una era de grandeza, estabilidad y superpotencia global —en contraste con el "caos" de los años 90 post-colapso—, no hay urgencia para demandar cambios en el presente. Vladimir Putin ha reforzado esta idea al calificar la disolución de la URSS como "la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX" en discursos como el de 2005. La memoria colectiva se convierte en un territorio administrado por el Estado, donde se decide qué episodios recordar (como el Desfile del Día de la Victoria el 9 de mayo, un evento anual masivo que une a millones en un fervor patriótico) y qué olvidar (como los gulags o la invasión de Afganistán). No toda esta nostalgia es puramente fabricada; muchos rusos la sienten genuinamente por la pérdida de seguridad social y unidad étnica. Sin embargo, el Kremlin la cooptó y amplificó, especialmente en tiempos de crisis, como durante la pandemia de COVID-19 o la guerra en Ucrania, para desviar la atención de fallos actuales.

Pero esta estrategia no se limita a las fronteras rusas. En varios países post-soviéticos, el sentimiento de nostalgia persiste y se explota. En Rusia, según una encuesta del Levada Center de 2021, el 63% de la población lamenta la caída de la URSS. Figuras similares se observan en naciones como Armenia (66% ve el colapso como perjudicial, Gallup 2013), Kirguistán (61%) y Kazajistán (61%), donde más de la mitad de la población percibe el fin de la Unión como una pérdida. En contraste, en Ucrania, este porcentaje ha caído al 34% en 2020, influido por conflictos recientes. Este residuo emocional abre puertas para narrativas prorrusas, movimientos políticos afines —como en Bielorrusia bajo Lukashenko— y operaciones de influencia híbrida, incluyendo propaganda en redes sociales y apoyo a uniones económicas como la Unión Económica Euroasiática.

¿Qué ocurre cuando un país decide que su futuro debe construirse mirando hacia atrás? En el caso de Rusia, esta nostalgia fortalece el autoritarismo al unir a la población bajo un mito compartido, pero también siembra inestabilidad: si la realidad económica o geopolítica choca con el ideal soviético, podría generar desilusión masiva. En próximos artículos de esta serie, exploraremos cómo emociones como el miedo al Occidente y el orgullo nacional complementan esta arquitectura emocional del poder ruso.

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