244 años después, la misma lucha
El 4 de noviembre de 1780, José Gabriel Condorcanqui, quien adoptó el nombre de Túpac Amaru II, capturó al corregidor español Antonio de Arriaga en las alturas del Cusco. Lo acusó de explotar a los pueblos indígenas mediante impuestos abusivos, trabajo forzado y el saqueo sistemático de sus recursos. Seis días después, Arriaga fue ejecutado públicamente. Había comenzado la mayor rebelión indígena en la historia de América colonial.
Hoy, 244 años después, en septiembre de 2025, las comunidades indígenas de Ecuador bloquearon carreteras, enfrentaron militares y paralizaron provincias enteras. Su demanda: el fin del aumento en el precio del diésel, el cese de proyectos mineros en sus territorios, y justicia para sus muertos. Efraín Fuerez, un comunero de 46 años, fue asesinado por disparos del ejército durante las protestas. La Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) responsabilizó directamente al presidente Daniel Noboa y declaró paro nacional indefinido.
Los nombres cambian. Las fechas cambian. Pero la estructura se repite: pueblos indígenas luchando contra estados que los explotan, los reprimen y luego los borran de la narrativa nacional. La "independencia" de América Latina llegó hace más de dos siglos. Pero para millones de indígenas, esa independencia nunca ocurrió. Simplemente cambiaron los uniformes de quienes los oprimen.
La rebelión que casi lo cambió todo
Túpac Amaru II no era un rebelde cualquiera. Era curaca, autoridad indígena reconocida por el sistema colonial, con educación y recursos. Durante años intentó por la vía legal cambiar las condiciones de explotación de su pueblo: el trabajo forzado en las minas de Potosí, los impuestos extorsivos, los repartos mercantiles que obligaban a los indígenas a comprar productos que no necesitaban a precios inflados.
Todas sus peticiones fueron rechazadas. El sistema colonial no estaba diseñado para reformarse, estaba diseñado para extraer. Cuando Túpac Amaru decidió actuar, lo hizo con estrategia. Utilizó su posición para obtener armas, convocó a caciques de toda la región y movilizó un ejército de decenas de miles. Su esposa, Micaela Bastidas, fue la estratega fundamental: organizó la logística, distribuyó armas y alimentos, y tomó decisiones militares cruciales.
La rebelión se extendió como fuego por el sur andino. En pocos meses, los rebeldes controlaban territorio desde Cusco hasta Potosí, en lo que hoy es Perú y Bolivia. Derrotaron ejércitos realistas en Sangarará, donde incendiaron una iglesia con 560 soldados españoles dentro. Túpac Amaru abolió el trabajo forzado en las minas, suprimió los repartos mercantiles y declaró la libertad de los esclavos negros.
Estuvieron a punto de tomar Cusco, el corazón simbólico del antiguo imperio inca. Si lo hubieran logrado, la historia de América podría haber sido otra. Pero dudaron. Micaela Bastidas urgía a su esposo a atacar de inmediato, pero Túpac Amaru esperó, buscando negociar, intentando evitar más derramamiento de sangre. Esa pausa fue fatal.
En abril de 1781, traicionado por un colaborador, Túpac Amaru fue capturado junto a su esposa y sus hijos. El 18 de mayo, en la plaza principal de Cusco, las autoridades españolas ejecutaron el castigo más brutal que pudieron imaginar: le cortaron la lengua a Micaela antes de estrangularla. Obligaron a Túpac Amaru a presenciar la ejecución de su esposa, sus hijos y sus capitanes. Luego intentaron descuartizarlo atándolo a cuatro caballos, pero su cuerpo resistió. Finalmente lo decapitaron.
Su cabeza fue exhibida en Tinta, sus brazos en Tungasuca y Carabaya, sus piernas en Livitaca y Santa Rosa. El mensaje español era claro: esto es lo que les pasa a los indios que se rebelan. Prohibieron el uso del quechua, los trajes tradicionales, la lectura de los Comentarios Reales del Inca Garcilaso. Intentaron borrar hasta el recuerdo de que la rebelión había existido.
No funcionó. La rebelión continuó otros dos años bajo el liderazgo de Diego Cristóbal Túpac Amaru y Julián Apaza Túpac Katari. Dejó más de 100,000 muertos y cambió para siempre la relación entre España y sus colonias andinas. Cuarenta años después, el imperio español en América había colapsado.
La independencia que traicionó a los indígenas
Aquí está la ironía amarga que la historia oficial prefiere ocultar: cuando llegó la "independencia" de América Latina en las décadas de 1810-1820, los líderes criollos que proclamaban libertad e igualdad no invocaron a Túpac Amaru. No lo usaron como símbolo. No reivindicaron su lucha.
¿Por qué? Porque Túpac Amaru era demasiado indígena, demasiado radical, demasiado peligroso para las élites criollas que querían independencia de España pero no querían cambiar el orden social interno. Los libertadores como San Martín y Bolívar luchaban por repúblicas dirigidas por criollos blancos, no por la restauración de sistemas indígenas o por la redistribución de tierras.
La independencia de América Latina fue, en gran medida, un proyecto de élites criollas que querían comerciar libremente y gobernarse a sí mismas, pero que tenían tanto miedo a las masas indígenas como los españoles. Tras la independencia, las comunidades indígenas no recuperaron sus tierras. No terminó el trabajo forzado. No se reconocieron sus gobiernos tradicionales. En muchos casos, su situación empeoró.
Las nuevas repúblicas construyeron su identidad nacional borrando lo indígena o convirtiéndolo en folclor muerto. Los indios eran el "pasado glorioso" precolombino que se celebraba en monumentos, pero los indios vivos eran vistos como obstáculos al progreso, poblaciones que debían ser "civilizadas" o asimiladas.
Perú celebra a Túpac Amaru en estatuas y billetes, pero los descendientes de quienes lo siguieron siguen siendo los más pobres, los más marginados, los más invisibles. Bolivia lleva el nombre de Simón Bolívar, no de Túpac Katari. Ecuador tiene monumentos a los libertadores criollos, pero criminaliza a los indígenas que hoy bloquean carreteras por las mismas razones que Túpac Amaru bloqueaba caminos en 1780.
Ecuador 2025: Túpac Amaru en tenis y smartphones
Las protestas de septiembre-octubre de 2025 en Ecuador son un eco perfecto de 1780. Las comunidades indígenas, lideradas por la CONAIE, se levantaron contra el gobierno de Daniel Noboa después de que eliminara los subsidios al diésel, aumentando su precio más del 50%. Para las comunidades rurales e indígenas, el diésel no es un lujo, es la única forma de transportar sus productos, de acceder a servicios básicos, de sobrevivir económicamente.
Pero el reclamo iba más allá del combustible. Las comunidades indígenas denunciaban proyectos mineros en sus territorios sagrados, como Loma Larga en el páramo de Quimsacocha, que amenaza las fuentes de agua que abastecen a miles. Exigían inversión en salud y educación después de años de recortes. Pedían el cese de los estados de excepción permanentes que militarizan sus territorios.
La respuesta del gobierno fue idéntica a 1780: represión militar. Noboa declaró estado de excepción en diez provincias, desplegó 5,000 militares, acusó a los líderes indígenas de "terrorismo" y amenazó con 30 años de cárcel. Los militares dispararon gas lacrimógeno contra casas, golpearon manifestantes, mataron a Efraín Fuerez. Human Rights Watch documentó uso excesivo de la fuerza. La ONU pidió diálogo. La CIDH expresó preocupación.
El presidente Noboa declaró públicamente: "Ellos quieren decir que son soberanos, de que son los representantes del pueblo y después en una elección sacan el 3%, esa estupidez no la vamos a creer nunca más". El mensaje es claro: los indígenas no cuentan, su voz no importa, sus derechos pueden ser suspendidos.
Después de un mes de protestas, tres muertos, 377 violaciones de derechos humanos documentadas y 170 detenidos, el gobierno acordó una tregua parcial pero se negó a restaurar el subsidio al diésel. Las bases indígenas rechazaron los acuerdos y continuaron en resistencia. Algunas comunidades siguen bloqueadas hasta hoy, desconociendo el levantamiento oficial del paro.
El patrón continental
Ecuador no es un caso aislado. Es el patrón. En 2019, las protestas indígenas en Ecuador contra la eliminación de subsidios dejaron 11 muertos y obligaron al presidente Lenín Moreno a huir de Quito. En 2022, un nuevo paro indígena paralizó el país durante 18 días. En Bolivia, los movimientos indígenas han derrocado presidentes pero enfrentan divisiones internas y cooptación. En Chile, los mapuche siguen luchando por tierras ancestrales mientras son catalogados como "terroristas". En Colombia, las comunidades indígenas del Cauca enfrentan violencia de todos los actores armados.
Los gobiernos cambian de izquierda a derecha, de neoliberales a progresistas, de populistas a tecnócratas. Pero la estructura persiste: los recursos naturales están en territorios indígenas, los estados quieren extraerlos (o permitir que corporaciones los extraigan), las comunidades se resisten, los militares reprimen.
La retórica también se repite. Los indígenas que protestan son "terroristas", "manipulados por intereses extranjeros", "enemigos del progreso", "obstáculos al desarrollo". Exactamente lo mismo que los españoles decían en 1780: rebeldes, ignorantes, peligrosos.
La pregunta que incomoda
Si Túpac Amaru II resucitara hoy y caminara por las calles de Cusco, Lima, Quito o La Paz, ¿qué vería? Vería a sus descendientes vendiendo artesanías a turistas que toman fotos de su "cultura exótica". Vería monumentos a él mismo erigidos por los mismos estados que criminalizan a quienes continúan su lucha. Vería que las tierras que intentó liberar ahora están concesionadas a mineras canadienses y petroleras chinas.
Vería que los criollos ya no son españoles sino ecuatorianos, peruanos, bolivianos, pero que la estructura colonial permanece: una élite extractiva que vive de explotar territorios y pueblos indígenas, un discurso nacionalista que celebra un pasado indígena muerto mientras reprime a los indígenas vivos, y un sistema legal que llama "desarrollo" a lo que antes se llamaba "tributo".
La independencia de América Latina fue real para las élites criollas que dejaron de enviar plata a Madrid para quedársela ellos. Pero para los pueblos indígenas, 1821 no cambió nada fundamental. Cambiaron las banderas, los himnos, los uniformes. Pero los que trabajaban las minas seguían siendo los mismos. Los que perdían sus tierras seguían siendo los mismos. Los que morían en las plazas por protestar seguían siendo los mismos.
El legado vivo
Túpac Amaru II no está muerto. Está vivo cada vez que una comunidad indígena bloquea una carretera para defender su agua. Está vivo cuando la CONAIE moviliza miles contra gobiernos que los traicionan. Está vivo cuando las familias de Efraín Fuerez, Rosa Elena Paqui y José Alberto Guaman exigen justicia por sus muertos.
La lucha de Túpac Amaru no fue por la independencia de España. Fue por la autodeterminación de los pueblos indígenas, por el derecho a existir en sus propios términos, por una sociedad donde no existieran corregidores españoles ni, agregaríamos hoy, presidentes neoliberales que los traten como obstáculos al progreso.
Esa lucha no terminó en 1781. No terminó en 1821. No ha terminado en 2025. Y no terminará hasta que las repúblicas latinoamericanas enfrenten la verdad incómoda que sus himnos y escudos ocultan: nunca descolonizaron realmente. Solo cambiaron de colonizadores.
Hoy, cuando conmemoramos el aniversario del levantamiento de Túpac Amaru II, la pregunta no es qué hubiera pasado si hubiera triunfado en 1780. La pregunta es: ¿cuándo cumpliremos finalmente la promesa de liberación que él intentó hacer realidad? ¿Cuántos Efraín Fuerez más deben morir antes de que las repúblicas latinoamericanas reconozcan que la independencia fue un proyecto incompleto, una libertad para unos pocos construida sobre la continuación de la opresión de muchos?
La historia oficial nos dirá que Túpac Amaru fue un precursor de la independencia, un héroe del pasado. Pero las comunidades indígenas que hoy resisten en las carreteras de Ecuador, Bolivia, Perú y toda América Latina saben la verdad: Túpac Amaru no es historia. Es presente. Y seguirá siendo presente hasta que su lucha se complete.
Este artículo forma parte de "Historias Olvidadas", una serie dedicada a rescatar las voces silenciadas de la historia y conectarlas con las luchas actuales.

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