Los Sami: El Pueblo Indígena de Europa Borrado de la Historia | Historias Olvidadas

El castigo por hablar tu propia lengua

Imagine un niño de siete años siendo golpeado con una regla por pronunciar una palabra en su idioma materno. No estamos hablando de un régimen totalitario lejano, sino de Noruega en 1950. El crimen de ese niño: hablar sami en la escuela. Esta escena se repitió miles de veces en internados de Escandinavia durante más de un siglo, parte de una campaña sistemática para borrar la existencia del único pueblo indígena de Europa: los sami.

Familia sami frente a tiendas lavvu tradicionales en Tromsdalen, Noruega, principios del siglo XX ```  **Descripción para el pie de foto:** ``` Familia sami en Tromsdalen, Noruega (1900-1920). Las tiendas lavvu eran viviendas tradicionales portátiles utilizadas por las comunidades nómadas sami durante el pastoreo de renos. Foto: Dominio público / Wikimedia Commons. ```  ---  ## **IMAGEN 2: Sámi traditional costumes**  **ALT text (optimizado SEO, ~125 caracteres):** ``` Vestimenta tradicional sami gákti con bordados coloridos y detalles artesanales de la península de Kola ```  **Descripción para el pie de foto:** ``` Trajes tradicionales sami (gákti) de Lovozero, península de Kola, Rusia. Cada región sami tiene patrones y colores distintivos que identifican el origen de quien los porta. Foto: Wikimedia Commons / Licencia CC.
Familia sami en Tromsdalen, Noruega (1900-1920). Las tiendas lavvu eran viviendas tradicionales portátiles utilizadas por las comunidades nómadas sami durante el pastoreo de renos. Foto: Dominio público / Wikimedia Commons.

Millones de personas alrededor del mundo conocen las auroras boreales, admiran el diseño escandinavo y consumen productos culturales "nórdicos". Pero pocos saben que en esas mismas tierras del norte vive un pueblo con más de 10,000 años de historia, que fue silenciado, perseguido y casi eliminado por las naciones que hoy se presentan como modelos de progreso y derechos humanos.

Un pueblo invisible en su propia tierra

Los sami son el pueblo indígena de Sápmi, un territorio que se extiende por el norte de Noruega, Suecia, Finlandia y la península de Kola en Rusia. Hoy se estima que entre 80,000 y 100,000 personas se identifican como sami, aunque las cifras exactas son difíciles de determinar debido a siglos de asimilación forzada y al miedo de muchos a reconocer su identidad.

Durante milenios, los sami desarrollaron una cultura única adaptada al Ártico. El pastoreo de renos se convirtió en el símbolo más conocido de su modo de vida, pero su cultura es mucho más diversa: incluye pesca, caza, artesanía elaborada y una rica tradición oral. El joik, su forma tradicional de canto, es uno de los estilos musicales más antiguos de Europa, donde cada persona, animal o lugar tiene su propia melodía.

Los sami no hablaban un solo idioma, sino una familia de diez lenguas relacionadas, cada una adaptada a su región. Hoy, la mayoría están en peligro crítico de extinción. Algunas, como el sami de Ter y el sami de Akkala, ya han muerto con sus últimos hablantes.

El borrado sistemático de una cultura

La tragedia de los sami no comenzó con un evento único, sino con siglos de colonización cultural que se intensificó dramáticamente en los siglos XIX y XX. A medida que los estados-nación escandinavos consolidaban su poder, la existencia de un pueblo con su propia lengua, cultura y forma de vida se consideró un problema a resolver.

La cristianización forzada llegó primero. Los tambores chamánicos sami fueron confiscados y quemados, sus lugares sagrados profanados y convertidos en iglesias. Los noaidi, los líderes espirituales sami, fueron perseguidos como brujos. En 1693, un tribunal noruego quemó vivo al noaidi sami Lars Nilsson acusado de brujería, uno de los últimos casos de este tipo en Europa.

Pero fue en los siglos XIX y XX cuando el borrado se convirtió en política oficial del estado. Las escuelas de internado, establecidas en toda Escandinavia, arrancaban a los niños sami de sus familias para "civilizarlos". Allí, hablar sami estaba prohibido bajo castigo físico. Los niños eran golpeados, humillados y castigados por usar su lengua materna. Les cortaban el cabello, les cambiaban los nombres sami por nombres escandinavos y les enseñaban a avergonzarse de su herencia.

En Suecia, el Estado fue aún más lejos. Entre 1934 y 1976, miles de mujeres sami fueron esterilizadas forzadamente como parte de programas eugenésicos. El objetivo era claro: evitar que el "problema sami" se reprodujera. Estas políticas se basaban en el racismo científico de la época, que consideraba a los sami una "raza inferior".

Los antropólogos y científicos escandinavos midieron obsesivamente los cráneos de los sami, fotografiaron sus cuerpos desnudos sin consentimiento y en algunos casos exhumaron sus tumbas para "estudios raciales". Algunas de estas colecciones de restos humanos permanecieron en museos hasta bien entrado el siglo XXI, cuando finalmente fueron devueltas para su entierro digno.

Las tierras ancestrales también fueron robadas sistemáticamente. Los gobiernos argumentaban que las tierras "vacías" del norte debían ser colonizadas y explotadas. Miles de colonos fueron incentivados a establecerse en Sápmi, mientras que los sami veían cómo sus rutas de pastoreo milenarias eran bloqueadas por cercas, sus sitios de pesca declarados propiedad privada y sus bosques sagrados talados.

Lo más doloroso fue quizás el silencio. En los libros de historia escandinavos, los sami simplemente no existían. Generaciones de niños noruegos, suecos y finlandeses crecieron sin saber que compartían su país con un pueblo indígena. Cuando se les mencionaba, era como una curiosidad folclórica del pasado, nunca como una comunidad viva con derechos y reclamos legítimos.

La resistencia que no cesó

A pesar de todo, los sami resistieron. En los años 70 y 80, una nueva generación se negó a seguir siendo invisible. El momento definitorio llegó en 1979, cuando el gobierno noruego planeó construir una represa que inundaría el río Alta, destruyendo sitios sagrados sami y áreas cruciales para el pastoreo de renos.

La protesta de Alta se convirtió en un punto de inflexión. Cientos de activistas sami y sus aliados bloquearon la construcción. Siete personas hicieron huelga de hambre frente al parlamento noruego. Aunque la represa finalmente se construyó, el movimiento logró algo más importante: sacó la cuestión sami del silencio a la conversación nacional.

En 1989, Noruega estableció el primer Parlamento Sami, seguido por Suecia y Finlandia. Aunque estos parlamentos tienen poder limitado, principalmente consultivo, representaron el primer reconocimiento oficial de los sami como pueblo indígena con derechos colectivos.

Hoy, artistas sami como la cantante Mari Boine y el rapero SlinCraze llevan su cultura al mundo. Diseñadores sami reinterpretan patrones tradicionales en moda contemporánea. Activistas luchan contra proyectos mineros que amenazan tierras sagradas y áreas de pastoreo. Lingüistas trabajan contrarreloj para revitalizar idiomas al borde de la extinción.

Pero las batallas continúan. En 2020, la Corte Suprema de Noruega tuvo que dictaminar que turbinas eólicas construidas en áreas de pastoreo sami violaban derechos humanos, y aun así las turbinas siguen en pie. El racismo cotidiano persiste. Muchos sami todavía temen identificarse públicamente por miedo a la discriminación.

La Europa que prefiere olvidar

La historia de los sami desafía la narrativa que Europa occidental se cuenta a sí misma. ¿Cómo pueden las naciones escandinavas, celebradas como las más progresistas y respetuosas de los derechos humanos, tener un pasado de colonialismo interno tan brutal? La respuesta incómoda es que el progresismo europeo a menudo se construyó sobre la asimilación forzada de quienes no encajaban en la visión de un estado-nación homogéneo.

Los sami no son la única comunidad borrada de los mapas y los libros. En toda Europa existen pueblos, lenguas y culturas que fueron silenciadas en nombre de la unidad nacional. Cada estatua de un rey o conquistador que admiramos podría contar historias de comunidades destruidas. Cada frontera trazada en el mapa esconde pueblos divididos o borrados.

Recordar a los sami no es solo hacer justicia histórica. Es reconocer que la invisibilización de comunidades enteras no es cosa del pasado lejano ni de regímenes autoritarios distantes. Ocurrió—y en muchos sentidos continúa ocurriendo—en el corazón de lo que consideramos el mundo civilizado.

La pregunta que nos deja la historia sami es incómoda pero necesaria: ¿cuántas otras comunidades siguen siendo invisibles en este mismo momento, borradas de nuestros mapas y nuestra conciencia colectiva?


Este artículo forma parte de "Historias Olvidadas", una serie dedicada a rescatar las voces silenciadas de la historia.

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